“Historia (Inquiry); so that the actions of people will not fade with time.”

Herodotus
The Histories of Herodotus of Halicarnassus


"That is war... To defeat foes in the name of a country. The states affairs of the enemy are inconsequential."

-Marco
Radiant Historia (videogame)


"The Wheel of Time turns, and Ages come and pass, leaving memories that become legends. Legends fades to myth, and even myth is long forgotten when the Age that give it birth comes again."

-Robert Jordan
The Wheel of Time


"Solomon saith: There is no new thing upon the earth. So that as Plato had imagination, that all knowledge was but remembrance; so Solomon giveth his sentence, that all novelty is but oblivion."

-Francis Bacon: Essays LVIII.
(Epígrafe en "El Inmortal" de Jorge Luis Borges)

"¿Y a mí qué me importa el futuro? Sin duda, Seldon lo habrá previsto y se habrá preparado para él. Llegarán otras crisis en el futuro, cuando el poder del dinero esté tan muerto como fuerza histórica como lo está ahora el de la religión. Que mis sucesores resuelvan sus problemas, como yo he resuelto el nuestro."

-Isaac Asimov

Los príncipes comerciantes

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miércoles, 14 de marzo de 2012

La Selva de las Puertas -Cuento-

Mientras el viajero caminaba a la orilla del río negro, pensó en el final de su travesía en la oscura selva. Durante un año había vivido en esta tierra salvaje de inminentes lluvias y veredas infinitas, la espesura y la niebla eran tan densas como una cortina. El alimento era tan escaso como la seguridad de una noche sin disturbios. Caminó a todo lo largo del río hasta llegar a una cascada, pero esta no era cualquier cascada, pues el agua no llegaba hasta el fondo, sino que subía hasta el cielo hasta perderse de vista. Esta selva tampoco era común, pues el árbol más pequeño medía cinco mil pies y las hojas cambiaban de color dependiendo la hora del día. También las rocas eran muy extrañas, una simple roca podría hacer a cualquiera rico. En cambio había diamantes, los cuales para la gente no tenían ningún valor.

Unos pies antes de subir la cascada, había una roca hueca en la que había una puerta de cristal pulido en un umbral de oro labrado. No era muy común encontrar puertas a través de esta selva, no por nada le llamaban la Selva de las Puertas. Por cualquier rincón se podía apreciar una puerta de madera podrida o de metal corroído. Una puerta lleva a la otra y otra a la otra, nunca se sabe en que parte de la selva pudieras terminar. Pero esta puerta no era igual a las otras, no existía una puerta tan bella y esplendida en todo el planeta Arreit.

El viajero comenzó a recoger diamantes de las orillas y los lanzó al agua, recogió pedazos de madera y los colocó sobre la pequeña pila de rocas, y como lo había planeado tenía un puente hasta la roca hueca. Cruzó con cautela, paso a paso para no caer en las aguas negras del río que llega hasta el infinito, un río que desemboca por el millar de universos que albergan vida de todas formas y colores. El viajero llegó hasta la roca y saltó y cayó firme. Observó de cerca y con cautela la puerta, analizó cada pliegue y labrado de oro y cristal. Tenía un globo con porciones superficiales y criaturas parecidas a él, pero distintas, pues al observar de cerca el labrado pudo apreciar que las imágenes tenían color y una forma definida como los daguerrotipos. Los ojos de esas criaturas eran de muchos colores distintos, sus cuerpos eran de distintos colores, sus portes y figuras eran todas distintas, pero guardaban un parecido con su pueblo.

Dejó de mirar la puerta y volvió a apreciar su entorno, uno muy siniestro y a la vez muy bello, pues guardaba uno de los grandes misterios del universo. Volvió a darse la vuelta hacia la puerta y esta vez se llevó una sorpresa, pues una figura extraña se encontraba de pie justo en frente de la puerta. Una figura cubierta con una fina película de musgo verde, un cabello tan enredado como las lianas de los monumentales árboles, unas uñas de una materia desconocida y una piel tan oscura como el suelo subterráneo de los poblados de su gente. Su forma parecía la de una mujer.

La figura acercó su rostro hasta tenerlo muy cerca al del viajero, y este pudo apreciar su olor a humedad y barro. El cabello de la mujer rozó su rostro y sintió la aspereza de las lianas, y el suave cosquilleo de las diminutas hojas.

-¿Quién eres tú?- preguntó el viajero.

-Yo soy una náyade del río negro. Guardiana de la puerta de cristal y oro.

-¿Qué hay tras esa puerta?

-Hay un mundo muy distinto, pero al mismo tiempo muy parecido. Un mundo que vive en tinieblas y sombras que asesinan sin compasión a aquel que se oponga a las criaturas que gobiernan esas planicies y montañas. En ese mundo el sol brilla mucho más que este, el agua de los ríos es cristalina, y esas rocas brillantes que hay por todo el río valen más que ese líquido preciado que trae vitalidad a todos los seres que habitan el planeta. Allá los árboles no son tan inmensos como estos, pero la luz refleja todo los colores y hacen que se vean tan verdes como los trajes que ustedes suelen usar.

-Suena demasiado bonito para ser tan horrible como comienzas describiéndolo.

-Es cierto, es un mundo muy hermoso, pero los seres destructores que habitan allí, lo reducen a cenizas, y todo lo que una vez fue, se perderá en las espesas nieblas evanescentes.

-¿Por qué me cuentas todo esto? ¿Qué tiene que ver eso conmigo?

-Tu gente no es cualquier raza, pues ustedes provienen de ese mismo lugar de belleza radiante. Pero su origen no es el mismo que el de los destructores. Usted nacieron del suelo, usted son el suelo, ustedes son la esencia del planeta Tierra.

-Y sí provenimos de ese planeta Tierra, ¿Qué hacemos aquí?

- Esa es una contestación que debes aprenderla por ti mismo. Tú deberás cruzar la puerta y, lograr convencer a los destructores, de todo el mal que hacen. Tú, viajero, eres el único que puede abrir los ojos de la humanidad.

El viajero observó con curiosidad a la náyade, mientras esta le sonreía de manera amable y carismática. La náyade se hizo a un lado de la puerta y le dijo –es tiempo de que cruces el umbral y confrontes a la humanidad. Es tiempo de que dejes la selva de las puertas, y te adentres al laberinto de la mente y del mundo.

El viajero encontró los ojos de la náyade y los observó fijamente y ella los de él. Él observaba sus profundos ojos negros, y ella observó los profundos ojos rojos del viajero. Ambos sonrieron al unísono, y se tendieron las manos al mismo tiempo. La náyade tomó la perilla perfectamente tallada como un hexágono y la giró lentamente. Abrió la puerta y un resplandor provino del otro lado de la puerta, cegando por unos instantes al viajero. Caminó hasta el otro lado, cruzó del planeta Arreit al planeta Tierra, cruzó de un viaje a otro, cruzó al más peligro de los destinos; convencer a la humanidad de que la vida vale la pena.


* * *


Todo era tal como lo había descrito la náyade, un mundo de hermosos colores formas, con un parecido al mundo en donde había vivido por muchas décadas. Y es en este mundo, en este paraíso multicolores que encontraría la perdición, aunque también la redención. Y es aquí donde se va a encaminar a un poblado de criaturas muy parecidas a él, pero a la vez muy distintas.

Era un poblado muy antiguo y rural, su vida la habían pasado entre bosques y valles; eran capaces de todo, incluso hasta de matar por lo que no aceptaban.

El viajero se acercó al pueblo y los habitantes lo observaron incrédulos, vieron entrar al demonio a su propio territorio. El viajero comenzó un discurso acerca del mal que ellos causaban a su propio mundo, pero ninguno lo escuchaba, todo preparaban a escondidas una gran hoguera en donde encender al demonio en llamas. Cuando estuvo lista todos se acercaron al viajero y lo tomaron entre todos, lo amarraron al poste de madera y lo insultaron, escupieron y hasta apedrearon. Pero nada hizo que el viajero dejara de hablarles. Ni siquiera el fuego pudo consumir su piel de mármol blanca y reluciente, y todo el pueblo decidió llevarlo al bosque maldito del que había salido.

Al internarse al bosque con el viajero en manos, se dieron cuenta de algo inusual, los lugares donde una vez hubieron claros, se habían tornado oscuros como el carbón, pensaron que de hay provenía el demonio y lo lanzaron sin piedad, viviendo para siempre con el miedo de un demonio de ojos rojos y piel de mármol.


* * *


El viajero, se encontró en una tierra oscura, donde no había nada que produjera un haz de luz potente. Por suerte, sus ojos rojos le permitían ver en la oscuridad y pudo apreciar que se encontraba en una selva, era muy parecida a la de su planeta, pero esta era muy diferente, pues los árboles no eran tan altos como los de su planeta y las puertas que había estaban destruidas. El río estaba seco, y detrás de él había una puerta similar a la que había sobre la roca del río en su mundo.

-¿Qué es este lugar?- se preguntó el viajero.

-Este, mi querido viajero es tu mundo. Alguna vez fue pacifico y hermoso, pero al igual que el mundo de los humanos tu raza se corrompió por la codicia y este fue el precio que pagaron. Esas es la respuesta a una tus pregunta- dijo la náyade del río negro.

-¿Cuál de todas?

La náyade se acercó al viajero e imitando su voz le dijo –y sí provenimos de ese planeta Tierra, ¿qué hacemos aquí?

-No comprendo.

-No tienes que comprenderlo, sólo vívelo. Espera unos minutos, la puerta volverá ha abrirse, y desde ese instante serás bienvenido por siempre. Nadie podrá echarte de allí, sólo aquel que te dejo entrar podrá hacerlo.

-Pero no se como convencer a los humanos de todo el mal que hacen. Ya lo intenté una vez y no lo logré.

-Si fallas sigue intentándolo, si te caes levántate. Nada es imposible. Usa tu encanto, tus habilidades. Para tu gente no era nada fuera de lo normal, pero para ellos será el acto más extraño, terrorífico y fantástico de todos.

-Muy bien, creo que volveré a intentarlo.

-Bien. Demuestra que la raza de los Terraignus no son solo figuras de mármol.

-Lo haré-. El viajero vio la puerta abrirse y corrió hacia ella sin detenerse. La náyade había desaparecido. Y solo era posible ver la selva de las puertas por una fracción de segundos a través del oscuro.

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