Este cuento es parte de la antología de cuentos El Ático Subterráneo y otros cuentos, disponible en Amazon para todo el mundo. Si te agrada este cuentos toma el tiempo de decidir si quieres conocer otras historias de fantasía y ciencia-ficción.
Amazon US
Amazon España
Amazon México
-El aire era completamente raro por todas partes y el calor sofocante no ayudaba a calmar el desespero colectivo de la población que constantemente le exigían sus gobiernos una mejor calidad de aire para llevar un ritmo normal, lo que de esa forma aumentaría su productividad en las súper ciudades sobrepobladas de seres humanos. Afortunadamente los gobiernos habían legislado e impuesto leyes que controlan la natalidad, ya que el aumento de la población había supuesto un aumento en las áreas de vivienda, lo que concluye en la destrucción masiva de los bosques, junglas, selvas tropicales, sabanas, desiertos, y hasta arrecifes en los que se construyen enormes condominios de lujo donde habitan los propios legisladores, gobernantes y aristócratas contemporáneos ansiosos por cazar ballenas, práctica que se volvió legal cuando la mayoría de los mamíferos y ovíparos perdieron sus hábitat y produjeron la extinción en masa de cientos de especies comunes. Todo el mundo está cubierto por una sábana gris de dióxido de carbono de los automóviles a base de los últimos abastos de petróleo. Y es así como comienza el final…
Amazon US
Amazon España
Amazon México
-El aire era completamente raro por todas partes y el calor sofocante no ayudaba a calmar el desespero colectivo de la población que constantemente le exigían sus gobiernos una mejor calidad de aire para llevar un ritmo normal, lo que de esa forma aumentaría su productividad en las súper ciudades sobrepobladas de seres humanos. Afortunadamente los gobiernos habían legislado e impuesto leyes que controlan la natalidad, ya que el aumento de la población había supuesto un aumento en las áreas de vivienda, lo que concluye en la destrucción masiva de los bosques, junglas, selvas tropicales, sabanas, desiertos, y hasta arrecifes en los que se construyen enormes condominios de lujo donde habitan los propios legisladores, gobernantes y aristócratas contemporáneos ansiosos por cazar ballenas, práctica que se volvió legal cuando la mayoría de los mamíferos y ovíparos perdieron sus hábitat y produjeron la extinción en masa de cientos de especies comunes. Todo el mundo está cubierto por una sábana gris de dióxido de carbono de los automóviles a base de los últimos abastos de petróleo. Y es así como comienza el final…
El anciano hizo una pausa. Tomó de la mesa una taza rota de té, y la llevó
a sus arrugados labios mientras sus pequeños ojos intentaban observar el
remanente de lo que parecían hojas molidas colarse hacia su boca. El otro
hombre frente a él lo observaba con una fascinación casi inocente mientras
jugueteaba con el exceso de hojas molidas que había sobre la cuchara agujereada
con una mano. Con la otra mano se arreglaba de vez en cuando la mascarilla de
oxigeno por su problema pulmonar. Observaba constantemente el costoso reloj de
pulsera hecho en oro con incrustaciones de distintos diamantes y distintos
trozos de madera de arboles extintos.
-Es una historia fascinante- le dice el hombre con simpatía, -pero mi
interés es la preciosa posesión que usted oculta tan celosamente del mundo
entero. Esa enorme arquitectura creada por la fallecida madre naturaleza. Ese
ostentoso y verde árbol que le brinda aire puro a su persona sin necesidad de
utilizar uno de nuestros respiradores.
El anciano soltó una tenue carcajada mientras colocaba sobre la mesa la
taza vacía. –¿Una historia fascinante? Si, tal vez. Pero muy cierta también. El
mundo continúa girando sin necesidad de sus verdes pulmones; la tierra ya no es
tierra, es lodo radioactivo, desechos tóxicos, pequeños manojos de cianuro que
al simple tacto quema las huellas dactilares de las manos. ¿Usted
pretende que yo le muestra el vestigio de la decadencia? ¿Quiere conocer los
últimos latidos de este mundo?
El hombre sin pensarlo y cambiando su mirada por una de deseo respondió
–Si, deseo ver el último árbol de este planeta.
-¿Está usted tan seguro de que tal árbol existe? ¿Cómo no dudar de la
veracidad de las palabras sin evidencia suficiente? ¿Cómo creer un chisme que
se ha regado como la pólvora con tanta facilidad?
El hombre no dijo ni una palabra, solo levantó su mano derecha con gesto
firme y señaló el respiradero que conecta a todos los hogares, y edificios del
país para respirar un solo aire, el aire de la compañía del mismo hombre que
señalaba la marca de su poder sobre la humanidad.
-¿El respiradero? La infernal máquina que zumba sin cesar, es peor que
el tic tac constante que escucho. No amigo mío, no necesito de aire para
respirar, ni alimento para comer, si luz para vivir ni agua para no morir de
sed…
El anciano se mantuvo en silencio unos segundos y continuó hablando-
Este no es el mismo planeta de hace cien generaciones atrás. Ya nada es verde,
todo es gris y negro, lo verde se convierte en exótico para las personas como
usted. El árbol que busca es una metáfora de la vida perdida, de aquella nimia
inocencia que mantenía el balance entre lo que es correcto y lo que es verdad.
Mírese a usted, un hombre a la mitad de su vida con problemas respiratorios que
lo obligan a vivir conectado a una maquina con miedo a un pequeño cambio en la
energía de la batería que en estos momentos sustenta su sistema. ¿Será la
batería lo suficientemente nuevo? ¿Estará demasiado usada como para sostener
todo el tiempo que he perdido hablando con este anciano? Muchas cosas se
preguntan los humanos sobre el origen y significado de la vida, muchos persiguen
la eternidad de las palabras vacías para encontrar que todo era un espejismo de
la belleza del lenguaje… Eternidad, que hermosa palabra, tan hermosa que ha
decorado mi última oración como un árbol. La estética del leguaje que ya no
existe en este tiempo, en este instante. Todos van directo al grano, por eso ya
no se imprimen novela sino manuales de uso, ya no se escriben cuentos sino
memorandos constantes, no se redactan poemas sino enormes fotografías del
pasado ya perdido e inalcanzable, y las del presente carentes de sentimiento
alguno.
El hombre comenzaba a perder la paciencia con el anciano, odiaba que la
plebe se regodeara con cursilerías obsoletas. -¿Existe?- preguntó casi
pronunciando cada sílaba. -¿O no?
-Todo depende de quién lo busque y para qué- dijo el anciano. Sin decir
nada más, el anciano se se puso de pie y recogió las tazas de té para dejarla
sobre otra mesa.
-Por favor, debo insistir una última vez, entrégueme el árbol. Usted
puede fanfarronear todo lo que quiera, pero si no existe, de dónde saca las
hojas con las que prepara su té.- El hombre había perdido la paciencia y había
sacado de uno de sus múltiples bolsillo una pistola antigua y cargada.
-Usted viva con sus respiraderos artificiales, yo continuaré viviendo
como me fue encomendado con mi árbol. Todos tenemos lo que necesitamos, y usted
no necesita lo que quiere.- El anciano se dio la vuelta y vio al hombre
apuntándole con la pistola, y sin otra respuesta o juego de palabras le dijo al
hombre -¡Fuego!
Y una chispa saltó de la pistola y a una velocidad casi imperceptible
una bala traspasó la cabeza del anciano, dejando una enorme mancha roja sobre
la pared del fondo de la pequeña estancia. El cuerpo se desplomó
instantáneamente, y del agujero en la cabeza continuaba saliendo sangre, una
sangre transparente con un leve tono rojizo que alarmó al hombre que aun
apuntaba con la pistola a la pared. El hombre intentó ponerse en pie para
acercarse al cuerpo inerte. Luego de un minuto lo logró y caminó con parsimonia
al cuerpo, aunque su rostro no sabía que esperar y las muecas faciales
cambiaban en cuestión de segundos. El
hombre había matado a muchas personas, estaba acostumbrado a lidiar con casos
como este. Mientras caminaba sacó de otro bolsillo algo pequeño que cabía en la
palma de su mano. Usualmente el hombre tenía algún artilugio mecánica que
incluía una cámara, y las fotografías de cuerpos muertos posando sus muertes se
habían convertido en su secretos trofeos. Pero este cuerpo, el cuerpo del
anciano en específico no se le antojaba fotografiable. Más que algo que alguna
vez pudo haber tenido vida y alma, parecía un muñeco roto, uno de los tantos
androides que decomisa diariamente su compañía. Recordó las palabras del
anciano criticando la fotografía y cierto malestar biliar se impuso en su
cuerpo.
El hombre se inclinó hasta el rostro del anciano, observó la herida
supurando y comprendió porque la imagen se le antojaba artificial.
-¡Pero si es un androide!- dijo el hombre demasiado exaltado, tanto que
la mascarilla saltó de su rostro y cayó sobre el cadáver mecánico y se manchó
con la sangre que el hombre pudo identificar como aceite.
El hombre estiró su brazo para tomar la mascarilla, no tenía aire, se
asfixiaba lentamente. Pero su mano nunca alcanzó la mascarilla, pues la mano
del anciano/androide la sujetó, la apretó con fuerza y la lanzó lejos.
-¿Quiere usted el árbol?- dijo el anciano con una voz casi metálica y
temblorosa. -Todos tenemos el árbol dentro de nosotros. El árbol de la vida y
de la muerte, los respiradores naturales que crecían en este planeta, la
esperanza ya perdida del hombre tecnológico. Un respiradero artificial, una
cámara para conservar el rostro de la muerte al alcance de la mano, el horror
de vivir sin acción y morir en vano sobre una cama en paz, la pericia y rapidez
de un flash aire clic vacío.-Estiró su mano y tomó la cámara de la mano del
hombre asfixiado.
El hombre en los últimos cuarenta segundo intentó preguntar -¿El árbol?
¿Dónde está el árbol? ¿Qué ocurre aquí? No hay aire, no hay ni una gota de
oxígeno.- Y cinco segundos antes de desvanecerse en el sueño de la muerte
comprendió lo que debió entender cuando vio el cadáver. –No árbol ni aire ni
fotografía ni vi…
Lo último que vio y
escuchó fue el fogonazo lumínico de la muerte y el clic apagado de la
vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario