¿Existe algo más
rastrero que las serpientes, las lombrices o cualquier animal con características
similares? La respuesta varía de país en país y de individuo a individuo, pero
es bien sabido que en Puerto Rico existe toda una población de criaturas
rastreras que se asemejan un poco más al basilisco serpentino que a aquel
basilisco que parece una gallina gigante. Aunque viéndolo bien, la especie que habita
en la Isla del Encanto tiene el cuerpo del primer tipo de basilisco mencionado y
el cerebro del segundo. Lo que me lleva a concluir el porqué de su aspecto acicalado
de boutique, peinado estrambóticamente costo y apariencia profesional ante la
imagen pública de todo un país acostumbrado a seguir el infinito puntaje del
mayor juego de poder que haya existido en este terruño de la discordia.
Una excelente
manera de identificar a este curioso espécimen es saber identificar su madriguera
y sus hábitos alimenticios; los restaurantes costos, los hoteles de lujo, los
viajes a distintas partes del mundo (muy pronto anunciaran sus deseos de
visitar Marte para hacer campaña entre los marcianos) costeados a expensas de
un pueblo que poco a poco se morirá del hambre que les van a hacer pasar los
cobradores de tarjetas de crédito e instituciones bancarias. Estos basiliscos
les encanta jugar unos con los otros, son peores que niños malcriados de padres
ricos (porque es lo que son la mayoría). Cuando los vemos en los extensos documentales
noticiosos (una hora repetidas veces al día) de la televisión local nos parece
que vemos la continuación de una trillada novela mexicana (sin intención de
ofender a ninguna persona mexicana) con las innumerables historias que tienen
el mismo contenido pero diferente nombre. El basilisco puertorriqueño también tiene
una costumbre sumamente única, le encanta engatusar a sus compañeros para cuando
estos se sienten seguros e invulnerables le clavan los dientes en lo que podríamos
llamar como un reptiliano glúteo izquierdo, mientras se encuentran en las
constantes inspecciones que pasan sus pares en vista a la imagen pública que
deben mantener para que la población no descubra el mayor secreto de estas
bestias que se disfrazan con una máscara barata de mercado de pulgas y trajes
de Armani para seducir a las cámaras que tanto adoran; una especie de exhibicionismo
suicida por toda aquella falta de atención en sus infancias vacías de
aristocracia ficticia.
¿Existe algo más
que decir sobre estas singulares criaturas, tan peligrosas, tan seductoras y
con ansias de comerse hasta el bolsillo de los electores? Hasta el momento,
creo que no, pero hay que continuar observando a estos únicos especímenes de
laboratorios gubernamentales. El ciudadano promedio debe estar alerta ante
esta especie de ojos hipnóticos que constantemente ven en sus pantallas, su
poder va más allá de su apariencia. A los medios sociales del país; intenten no
acercársele demasiado ya que tienden a causar adicción a su mirada y la recaída
constante se ve en sus múltiples menciones durante todas las horas que
transmiten. Y a ti, estimado lector, residas en Puerto Rico o no, quedas
advertido del mal que azota a esta isla, peor que el narcotráfico y los
asesinatos, peor que la violencia doméstica y la pornografía infantil; esto es
el poder de un gobierno que se alimenta de los restos de todo lo antes
mencionado para nutrir sus vitales propagandas y cubrir de sangre sus campañas políticas.
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