El bosque estaba oscuro. La cantidad
de árboles hacía imposible el paso de la luz del sol. De vez en cuando se veía
una luz cruzar a toda prisa de un lado a otro, pero jamás sin salir del bosque.
Cuando el viento no soplaba se escuchaban los árboles crujir, como si pudieran
moverse por sí solos. Un niño caminaba por el borde del bosque, siempre mirando
hacia dentro y pensando -¿Qué animales habrá ahí dentro? ¿Qué maravillas se
esconden tras esos gigantescos árboles?- Cada día se hacia las mismas
preguntas, pero no se atrevía a adentrarse, pues la leyenda del pueblo contaba
que aquellos que entraban al bosque nunca regresaban. Se decía que en el centro
del bosque había un antiguo círculo de piedra que perteneció a los celtas, de
ahí se origina un poder que va más allá de lo imaginable, un poder que haría
inmortal a quien lo poseyera.
Muchos años después, el niño ya no era niño, se
había vuelto un hombre que había dedicado su vida a estudiar los mitos y
leyendas del mundo, pero ninguno se comparaba con el del viejo bosque de su
pueblo. En ningún libro del mundo se había escrito esa leyenda, y nadie fuera
de su pueblo la conocía. Un otoño decidió volver a su pueblo, donde su mente
recordaba su niñez y los viejos juegos con sus compañeros de clase y vecinos.
Los primeros días fue y visitó a todos sus
parientes y viejos amigos. Luego fingió que se marcharía del pueblo de vuelta a
América donde vivía. Empacó sus cosas y se marchó a pie como lo hacía cuando
era pequeño para ir a la escuela, pero esta vez la escuela no era su propósito
ni su meta; su meta era la inmortalidad o desenmascarar la mentira.
El bosque estaba igual que como lo recordaba:
oscuro, siniestro, esperando que alguien descubriera su secreto más negro. Se
adentró con cautela al bosque, observando unas luces fugaces que no parecían
venir de un lugar definido, sino que aparecían de la nada. Había transcurrido
una hora desde que había entrado al bosque, pero le parecieron diez, pues cada
vez todo se tornaba más oscuro. Sacó una linterna de entre sus pertenecía y
observó a su alrededor. Vio movimiento
cerca de unos arbustos, se acercó con cautela a ver que se ocultaba. Muy grande
fue su sorpresa al ver correr a una velocidad impresionante a una criatura
mitad humano y mitad chivo, un fauno. El fauno se per dió en la oscuridad
dejándolo boquiabierto y con la linterna iluminando un montículo de grama
recién cortada.
Buscó en su mente una contestación lógica, que
lo que había visto no era un fauno, sino un chivo perdido, pero sus brazos y su
torso tan parecido al de un humano no le dejó otra opción que aceptar que el
bosque estaba encantado. Continuó por el camino que vio huir al fauno, no
estaba seguro de que lo encontraría, pero al menos tendría un rumbo que seguir.
Escuchaba a los árboles crujir a su alrededor. Continuó poco a poco, ya había perdido
el sentido de la orientación y del tiempo, su reloj por alguna razón se había
detenido a las 15:45.
Al fondo del camino invisible que seguía vio un
claro, al parecer era un lugar en el que podía penetrar la luz del sol. Corrió
con las pocas fuerzas que le quedaban hasta sentir en su rostro la luz. Al
estar varios minutos expuesto se acostumbró nuevamente a la luz y puedo ver que
el claro no estaba vacío. Había un círculo de piedras celta. Era hermoso, un
circulo que representaba la historia de cientos de generaciones pasadas y
creencias en los dioses de la naturaleza. Pero lo más curioso de todo fueron un
par de cuernos que se asomaron de entre uno de los pilares. Luego otro par y
otro, de todos los pilares se asomaron cabezas y cuerpos enteros que demostraron
que lo que había visto huir en el bosque era real. Los faunos se acercaron
cuidadosamente al hombre, mientras él los observaba petrificado.
De entre la multitud de faunos se acercó uno de
mayor tamaño, hizo una reverencia al hombre, y este le respondió de la misma
manera para no ser descortés. El fauno le dijo –Bienvenido a las tierras de
Motus, anciano de mirada incrédula.
-¿Por qué me dice anciano? Si apenas tengo
veintisiete años- le preguntó ofendido al fauno.
-Pues es
muy sencillo, tú has cruzado el bosque de Crono, señor del tiempo de los
hombres, y é te ha robado tus años de juventud mientras transitabas por él. Has
gastado toda tu vida caminando hacia algo que no tiene comprensión, algo que se
debería mantener como una mentira, y has pagado el precio por conocer la
verdad.- El fauno lo miró a los ojos y el hombre hizo lo mismo.
En ese instante el hombre se dejó caer en el
suelo y comenzó a llorar por haber gastado su vida en una búsqueda sin sentido.
– ¿No hay alguna manera de volver a mi pueblo?- Preguntó el hombre sollozando.
-Sí, existe una salida. ¿Vez la arena en el
circulo de piedra?- le preguntó el fauno.
-Si- le respondió el hombre.
-Pues debes pararte en el centro y dejarte
hundir en la arena. Una vez en el fondo deberás pasar tres pruebas, si lo
logras regresar a casa, si fallas vivirás por siempre aquí, junto a todos los
que no lo han logrado-. Entonces el fauno señaló a un grupo de damas que
apareció de la nada, estas no eran damas humanas, eran ninfas del bosque. Las
ninfas rodeaban a un grupo de luces que aparecían y desaparecían. Los faunos se
movieron dejando el paso libre hacia el círculo.
–Ve,
pasa las tres pruebas y regresa a casa. le dijo el fauno.
El
hombre caminó hacia el círculo y se posó en el centro. En el instante en que
dejó de moverse comenzó a hundirse lentamente en la arena. Cerró los ojos,
dejándose arrastrar al fondo de un laberinto; su laberinto.
Al no sentirse abrazado por arena abrió los
ojos y quedo atónito. Todo lo que lo rodeaba era arena, un bosque de arena, un
círculo de arena. Todo era una réplica exacta de las tierras de Motus. Caminó y
observó con cuidado todas las piedras y árboles tan perfectos. Entre los
árboles vio un camino y sin pensarlo lo tomó. Su paso no era muy rápido al
principio, pero mientras más avanzaba más rápido iba. Su deseo por descubrir el
tan ansiado poder que lo haría inmortal se había terminado, lo único que
deseaba era poder vivir lo que le quedaba de vida en paz. Caminó en curvas,
redondeles y en todas las maneras imaginables hasta que se encontró con lo que
parecía una enorme duna. En la duna había una puerta, entonces dijo –creo que
ya he cumplido la primera prueba.
-No esté tan seguro de eso- dijo una voz que
vino de la puerta, entonces la puerta se abrió y entró una criatura con rostro
de mujer, cuerpo de león y las alas de un ave.
-¡Una esfinge! ¿Me has venido a retar con una
adivinanza?- Preguntó el hombre a la esfinge.
-Al parecer conoces bastante bien mi historia,
pero ¿serás lo suficientemente ágil y audaz para contestar la adivinanza con la
respuesta correcta? Porque imagino que sabes que si no lo logras tendré que
comerte.- La esfinge le sonrió mostrándole sus afilados dientes.
-Eso espero. Ahora, dime tu adivinanza.- El
hombre cruzó los brazos en espera de la adivinanza.
-Muy bien. ¿Qué existe en el mundo que no le
alcance la vida al hombre para contar?- La esfinge esperó la respuesta.
El hombre miro todo a su alrededor, la duna,
los árboles, el suelo, entonces comprendió el acertijo –la respuesta a tu
acertijo es la arena, pues el hombre no vive tanto como para contar cada grano
que existe en el mundo.
-Muy bien, excelente respuesta. La vida del
hombre no es tan larga como para desperdiciarla en algo tan tonto como eso.
Puedes cruzar la puerta.- Entonces la esfinge tomó vuelo y se perdió de la
vista del hombre.
El hombre cruzó la puerta y se encontró en un
lugar tormentoso donde todo era arena, pero no como el bosque. Este lugar más
bien parecía un desierto en donde se sentían los hirientes rayos del sol
penetrar la piel como las flechas del dios Apolo. Caminó todo el tiempo en
línea recta sin mirar atrás ni a los lados por miedo a ver un espejismo y
perder la razón. La noche cayó sin avisar, pero el hombre continuaba
incansablemente. Al final del camino vio lo que parecía la figura de una
persona y dijo gritando -¿Eres tú la segunda prueba?
Entonces la figura se dio la vuelta hacia él y
reveló el hermoso rostro de una mujer, pero entonces el manto que la cubría
cayó al suelo y reveló su verdadera identidad. Su cuerpo parecía el de un ave
con garras afiladas y su rostro era el de una bella mujer, esta criatura era
una arpía. La arpía se acercó volando hacia el hombre y le dijo –yo soy la
oscura, la sombra de los hombres como tú, esperanzados, con deseos de vivir.
Nada en el mundo es felicidad, nada en el mundo es lo que parece. Tú estás tan
solo como yo. El mundo no te perdona, no existe elemento o materia en el mundo
que te perdone. Absolutamente nada que se escriba puede ser borrado.
El hombre no se había detenido en ningún
momento y la arpía lo rodeaba como un buitre. El hombre escuchó cada palabra
con dolor en su corazón, pero no fue hasta el último momento en que comprendió
lo que la arpía le estaba haciendo y le dijo –Todo lo que dices es mentira,
pues existe algo que es capaz de olvidar lo que le diga, y sí le escribo un
pecado lo borra.
-¿Enserio? Y, ¿cuál es?- Le preguntó la arpía
de manera burlona.
-La arena- Le respondió el hombre. En ese
momento se arrodilló y escribió en la arena –Perdón por ser tan necio-. A los
pocos segundos de escribirlo el viento borró su pecado de la arena.
La arpía suspiró y le dijo –muy bien. La gente
ya no confía en la palabra de su prójimo, por eso se dedican a hacer tratos
escritos para poder atar a los demás a lo que exigen. Lo mismo hace con sus
pecados, los escriben con un cincel en el material más duro para no olvidar. Tú
has comprendido que nada es eterno, ni siquiera las promesas escritas, y con el
tiempo todo se borra en la arena. Puedes proseguir a la última prueba.-
Entonces la arpía voló muy alto y se perdió entre las nubes de la noche.
De la nada apareció una puerta sobre la arena,
el hombre se acercó, la abrió y entró.
Al otro lado de la puerta se encontró dentro de
una cueva hecha de arena. La cueva estaba iluminada por lo que parecían ser
estalactitas y estalagmitas de cristal azul. El hombre caminó por la cueva a
pasos lentos. La caminata del desierto lo había dejado exhausto y sediento.
¿Qué hora era? No lo sabía. Solo continuó su larga caminata hasta encontrarse
en lo que parecía ser una cámara enorme. No solo era una cámara sino el final
de la cueva y en el centro se encontraba lo que parecía un lago de aguas
cristalinas. El hombre corrió hacia el agua con desesperación, entonces vio
salir del agua a una mujer.
La mujer no se movía, entonces el hombre se
acercó y le dijo- ¿Tú eres la última prueba?
Ella asintió con la cabeza y le dijo –acompáñame-,
y se encaminó hacia el agua.
El hombre comenzó a seguirla pero se detuvo en
el borde del lago y miró al techo de la cueva. Se llevó una gran sorpresa al
ver que por techo había un cielo estrellado. Bajó la mirada y observó a la
mujer que lo esperaba en el agua.
La mujer le sonreía y le repitió –acompáñame.
Vamos a ver las estrellas.
El hombre arqueó una ceja y le preguntó -¿Por
qué hay que sumergirnos a ver las estrellas si desde aquí se pueden apreciar?
La mujer le dijo –es que su belleza bajo el
agua se aprecia de otra manera. Además, estas aguas son las que tú tanto
anhelabas. Estas aguas son tu fuente a la inmortalidad.
El hombre no comprendió nada. Si esta era la
última prueba, ¿cómo le podían dar todo lo que quería? Era extraño, entonces se
puso a pensar las cosas, y comprendió que era todo eso y le dijo a la mujer –Ya
no caeré en tu trampa. Durante muchos años escuche leyendas sobre ti, pero en
ninguna decía que un kelpie podía tomar la forma de una mujer.-
-Eres muy astuto, me has descubierto-. Entonces
la mujer le sonrió y se convirtió en un caballo.
El hombre le dijo -Se que tu naturaleza es la
de engañar a los humanos y atraerlos al agua para ahogarlos, pero hoy no te
daré ese gusto.
-Muy bien. Has pasado la prueba. Al igual que
la arena, las estrellas no se pueden contar, pues el firmamento está lleno de
ellas pero más allá, mucho más allá existen demasiadas. Has podido contra la
tentación de la inmortalidad que fue una de las razones por las que entraste al
bosque de Crono y llegaste hasta el encantado bosque de la arena. Aquí la arena
te devolverá al mundo pero no todo será igual. El mundo siempre está dentro del
bosque de Crono, eso es algo que nadie puede evitar. Así que cruza la puerta,
pero ten cuidado, nunca se sabe cuando nos volvamos a encontrar.
-Lo haré, tenlo por seguro-. El hombre caminó
hacia la puerta que había aparecido al borde del lago, luego se dio la vuelta y
observó por última vez la cueva de arena y el cielo estrellado. Tomó la
perilla, la giró, abrió la puerta y entró dejándose llevar al borde de la inconsciencia.
Cuando abrió los ojos se encontró en una casa,
no se parecía en nada a la suya. Una mujer estaba sentada junto a él. Esta
mujer lo llamaba hijo, pero ella no era su madre. Ya no tenía ni barba ni
bigote, ni su cabello era canoso, ni su cuerpo era el de un hombre adulto. Por
alguna extraña razón había vuelto a ser un niño. Al salir de la casa y ver el
mundo que lo rodeaba se dio cuenta que lo que le había dicho el kelpie era
cierto, todo era diferente. Habían transcurrido cuarenta años desde que había
entrado al bosque como un joven adulto. No comprendía nada de lo sucedido. Le
explicaba a la gente, a la mujer que decía ser su madre y al hombre que decía
ser su padre, pero ninguno le creyó y pensaron que deliraba. Muchos años vivió,
pensando que la gente tenía razón, que todo había sido un sueño mientras estuvo
en coma.
Transcurrieron treinta años y el niño se
convirtió nuevamente en un hombre. Decidió que visitaría ese pueblo y ese
bosque con el que había soñado. Al caer la noche ya había llegado al pueblo,
buscó el bosque pero no lo encontró. Nadie conocía el bosque. La gente con la
que había soñado que era su familia si existía, pero sus padres habían muerto
hace mucho, y en la casa vivían sus hermanos ya ancianos. Los visitó y les dijo
quien era, pero no le creyeron, tuvieron que admitir el parecido, pero al final
lo echaron de la casa diciéndole –Tú no puedes ser nuestro hermano pues él es
mucho más viejo que nosotros-. Y le cerraron la puerta en la cara.
El hombre caminó nuevamente a donde se suponía
que estaba el bosque, pero en el lugar solo había una playa. Entonces al borde
del mar vio a alguien de pie y le reconoció de inmediato; era el kelpie. Se
acercó con cuidado al kelpie, pero este ya lo había visto y le dijo –te dije
que todo sería distinto una vez cruzaras la puerta.
-Pero, ¿por qué tuvo que ser así?- le preguntó
el hombre.
Una voz distinta a la del kelpie respondió –porque
así tú lo decidiste.- Era el fauno que le había hablado en el circulo celta, se
encontraba de pie junto a él.
-Yo no pedí que mi vida cambiara, yo no pedí
volver a ser joven- Dijo el hombre.
-Pero eso no era lo que tu corazón decía- le
dijo el kelpie.
-No comprendo- dijo el hombre observando la
arena.
-La vida del hombre es corta, la niñez y la
juventud se van volando al sur. Aquel que desea aunque sea por un segundo ser
inmortal, y por alguna razón lo consigue, aborrecerá vivir en la tierra- le
dijo el fauno.
-Entonces, desearía no haber pensado nunca en
vivir para siempre.- Dijo el hombre.
El kelpie y el fauno se miraron y le dijeron al
mismo tiempo –que así sea, Teseo.
Teseo se desmayó, y se levantó de su cama en su
vieja casa con sus verdaderos padres y hermanos. Corrió donde su madre y le
preguntó -¿quién soy? y ¿qué edad tengo?
Su madre le contestó, –nuestro hijo, Teseo.
Tienes veintiséis años. ¿No recuerdas nada?
Entonces Teseo se sentó en su cama y dijo –sólo
fue un sueño.
Alguien junto a su padre dijo –denle unos días
de reposo y estará mejor.
Teseo lo observó pero no vio su rostro, solo
vio un par de patas de chivo saliendo por la puerta de su habitación, y se dijo
en voz baja –No todo en el mundo es un mito, el mito es el mundo en sí.
Y se
recostó nuevamente dejándose llevar por Morfeo al país de los sueños.